Argentina en 15 días: el gran viaje de mi vida
Visitar los paisajes más emblemáticos de Argentina es una experiencia de las que perduran por muchos años en el recuerdo. Junto con mi mujer visité el país durante 15 días, que se hicieron cortos. Es, por tanto, el tiempo mínimo que recomiendo para hacerse una idea de la inmensidad y belleza que atesora el país.
Lo mejor es viajar a partir de la segunda quincena de noviembre, cuando las temperaturas empiezan a subir y el verano austral está al caer. Tras aterrizar en el aeropuerto internacional de Eceiza, en Buenos Aires, mi mujer y quien escribe cogimos otro vuelo para dirigirnos a las Cataratas de Iguazú, que primero recorrimos desde territorio de Brasil.
Después regresamos al hotel y el día siguiente las vimos en toda su grandeza desde territorio argentino. Una serie de pasarelas permiten al turista acercarse a las impresionantes cataratas. Tras almorzar en uno de los diversos restaurantes que hay en la zona, por la tarde subimos en unas canoas para acercarnos a la cascada de agua, una experiencia excitante que te sitúa frente a la Naturaleza en estado puro.
El aeropuerto de Iguazú es pequeño y desde el aire el viajero ve la pista, insertada en la selva. También esa es otra vivencia que recuerdo, porque entonces pensé que si quedase abandonado u olvidado por unos meses, sería engullido sin mucho esfuerzo y en pocos meses por la masa forestal.
De Iguazú volamos de nuevo a Buenos Aires, para tomar otro avión con destino a Trelew, a unos 75 km. de Puerto Madryn. En el trayecto el viajero ya tiene un aperitivo de lo que es la Patagonia. El conductor de la furgoneta avisó que teníamos delante nuestro –estábamos a cierta altura-, ¡un tramo recto de 16 km!. Puerto Madryn es una población encantadora, desde la cual visitaríamos la Península de Valdés.
Fue allí donde empecé a percibir la limpieza del aire de la Patagonia. La ausencia de contaminación atmosférica quedó ya como el recuerdo más poderoso de mi paso por Argentina, pues la belleza del paisaje se hace más nítida que cualquier otro de los muchos que he visto por el centro y sur de Europa, es decir, por el hemisferio norte del planeta.
La Península de Valdez es un territorio casi deshabitado, regulado por una protección especial. Entrar en la península requiere franquear un control del parque natural, donde se encuentra un pequeño museo que visitamos al regresar. El viaje lo hicimos un grupo de turistas en varias furgonetas en las que caben entre 10 y 15 personas, acompañados por guías que nos ofrecieron todo tipo de explicaciones.
En la Península Valdez subimos a una embarcación desde la cual avistamos varias ballenas, otros de los momentos sublimes del viaje. Después, pudimos ver en la playa los elefantes marinos, llegados desde los mares antárticos para aparearse y mudar de piel.
Tras esta nueva dosis de naturaleza y biodiversidad patagónica, pudimos conocer por unas horas las poblaciones de Rawson y Gaiman, que fundaron los escoceses y que conservan algunas viviendas e iglesias construidas por aquellos intrépidos colonos. En alguna casa se puede tomar un te con pastas al más puro estilo inglés y apreciar la decoración de la estancia y los bordados de los tapices que adornan los muebles. Fue otra bonita sorpresa, que ganó en realce al tratarse de una experiencia que vivimos lejos del resto de turistas.
De la Península de Valdés saltamos hasta Ushuaia, en la Tierra del Fuego, situada a unos 3.100 km al sur de Buenos Aires. Se fundó en 1884 y está situada junto al Canal de Beagle. Está situada a pie de la cordillera montañosa Martial. Cerca de Ushuaia hay una estación de esquí, cercana al pequeño glaciar Martial. Por poco dinero, un taxi nos llevó hasta el telesilla, al que subimos, pudiendo apreciar la inmensa bahía sobre la que está la ciudad, que hace gala de encontrarse en el Fin del Mundo.
Una bonita excursión es coger el pequeño tren que recorre 5 de los 25 km. que de vía férrea que se conservan y que se construyeron a principios del siglo XX. La vía férrea se construyó para llevar a los presos de su famoso penal a trabajar en la tala de árboles, necesarios para construir las casas y alimentar las chimeneas. En la estación un grupo de jazz nos amenizó el inicio de la excursión.
Otra excursión inolvidable es recorrer en una embarción turística el Canal de Beagle hasta el faro Les Éclaireurs, de 11 metros de altura, situado en un peñasco en medio del canal. Allí y en otras rocas que sobresalen del mar habitan miles aves y cientos de focas marinas. La embarcación se sitúa a pocos metros y durante unos minutos se pueden captar buenas fotos.
Aficionado a la aviación, también recorrí la Canal de Beagle hasta el citado faro, pero esta segunda vez fue en un avión de cuatro plazas, pues el Aero Club de Ushuaia ofrece vuelos turísticos de 30 minutos de duración.
De Ushuaia volamos en poco más de una hora hasta El Calafate. Minutos antes de aterrizar se divisa el Lago Argentino, el más grande de los lagos patagónicos (1.466 hm2) y donde en su brazo occidental se encuentran los glaciares de Perito Moreno y Upsala. Pero antes de visitar el primero, visitamos una estancia situada a pocos kilómetros de la población.
Allí pudimos presenciar una demostración de guiado de ovejas por un pastor y su perro, asistir al esquilado de varias ovejas y a una cena donde no faltó la típica carne asada, morcilla y bife (chorizo). La velada finalizó con un espectáculo de tango ejecutado con maestría por una pareja de bailarines. En medio de la diversión, aproveché para salir del restaurante de la estancia al exterior.
Me alejé unos metros y sentí por unos instantes -cuando la luz del día dejaba paso a la noche y los colores ya se difuminaban-, la extraordinaria e inasumible belleza de la Patagonia, el estremecedor silencio – el viento había cesado-, y la paz. Por unos instantes me senté cercano a la vida indómita del gaucho, a su ancestral libertad y soledad.
Al día siguiente, un autobús nos llevó hasta las inmediaciones del Perito Moreno, pero antes pasamos unos minutos en la cercanías del hotel Nauhel Hapi, considerado uno de los más bonitos del mundo, que coge el nombre del Parque Natural de Nauhel Huapi y del lago, un territorio que parece clonado de Suiza: montañas nevadas a lo lejos, lagos y exuberantes bosques. Otra dosis del más bello paisaje argentino.
Pero aún lo supera la imponente pared del glaciar Perito Moreno cuando ‘desemboca’ en el Lago Argentino. Hay que coger una embarcación para empezar la excursión, lo cual permite apreciar su majestuosidad. La cercanía del glaciar (35 km de largo) hace bajar la temperatura drásticamente, lo cual obliga a llevar ropa de abrigo y de montaña, para la experiencia que supone adentrarse en el glaciar.
Y acabo aquí mi texto, a pesar de que aún visitamos Villa La Angostura al día siguiente. Está situada al norte del Parque Natural de Nahuel Hauapi y es una de las poblaciones más bonitas de la Patagonia, pues se la conoce también como ‘El Jardín de la Patagonia’.
En días posteriores el viaje por Argentina nos llevó a Bariloche y Buenos Aires. En la capital estuvimos dos días, antes de emprender el regreso a Barcelona en vuelo directo servido por Aerolíneas Argentinas. La experiencia urbana supuso la ‘aclimatación’ al mundo occidental. Sobra decir que no faltó la visita al campo del Boca Junior, la visita a la barrio de La Boca y Puerto Madero, la zona más moderna y adinerada de Buenos Aires.
Texto y fotos: José Fernández
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